19 de febrero de 2007

19 DE FEBRERO


Durante la primaria, allá en Toluca, aparte de ver series televisivas como el Doctor Who, (a escondidas, pues nunca me dejaban prender la tele de bulbos), también era yo monaguillo de la iglesia del Carmen, sito en la choricera ciudad donde asistía además, los lunes, miércoles y viernes, a una escuela deportiva llamada Agustín Millán, cercana a la Alameda y construida casi a un lado del piojito o cine Justo Sierra en el que pasé cientos de horas viendo infinidad de películas, sea en la matinée o en la tarde donde daban tres películas (y dos repeticiones) por un peso y en donde vi entre otras, Kalimán y una serie de clásicas de Luís Aguilar o del Santo. Las vi no obstante que las butacas eran de vil madera insufrible y tortuosa. En el piojo y durante los intermedios competía con Ricardo para ver quien encontraba más cajas de palomitas vacías. Yo llegué a tener un buen número de ellas, las que muy a pesar de mi dolor e incredulidad, acabaron irremediablemente en el camión de la basura, ¡¡por cortesía de mi mamá!!

Yo quería estudiar natación en la escuela deportiva pero de nuevo, mi madre no me dejó así que tuve que conformarme con estudiar y practicar voleibol -en donde fui seleccionado- y básquetbol. En esa época, dentro de un cumpleaños mío, fui en la mañana a la escuela, -creo que entrábamos a las ocho-, previo desayuno consistente en unas mantecadas Bimbo y leche con chocolate Abuelita, que era todo un feliz y gozoso festejo que sólo podía disfrutarse una vez al año, pues vivíamos muy limitados económicamente. En la tarde de cuatro a seis, fui a la escuela de deporte, y en la noche de siete a ocho, al rosario de todos los días como acólito (dije acólito, todavía no alcohólico).

De mi primaria que estaba en el barrio de la Retama, recuerdo que nos ponían la Marcha de Zacatecas en el recreo, los chamoy, el patio anterior donde jugábamos de todo; la reiterativa frase del director: “¡Esa gente, esa gente!” las peleas a la salida a las que yo siempre les tenía pavor, (a lo mejor por eso y por lo güero, me apodaban la Gringa); las congeladas que vendían de a veinte centavos, los álbumes y planillas de colección (el único que pude completar fue el de la Pantera Rosa); recuerdo también que yo siempre era el maestro de ceremonias de mi grupo, la papelería Matty; los espantosos desayunos del DIF de a veinte centavos con leche de sabor horrible y helada a más no poder tan como digo que no se podía ni tomar entre las manos; el petróleo de a veinticinco centavos el litro que me mandaban a comprar para la estufa que estaba en el suelo y que tantas veces me dio de comer; mi casa ubicada en Gómez Pedraza 108, la feria de agosto, los tamales dorados, los atoles de maíz de a veinte centavos el arroz con leche de a veinticinco centavos que vendía una viejita en la otra vecindad que estaba a un lado de la nuestra; los futbolitos, mi vecinas Coty y Margarita (¡Dios mío!), con quienes alguna vez jugué con ellas pelota y despedazaron mi joven corazón. Recuerdo un comercial de maizena que me gustaba mucho por la cancioncita y mil cosas más.

Por cierto que una vez que me mandaron a la tienda (yo coleccionaba absolutamente todo: cajitas de knorr Suiza, sobres vacíos de café Legal, cuentos o comics como Borjita del cual llegué a tener todos los números, avioncitos armables de los submarinos Marinela, etc.), estaban unos jóvenes (para mi), con pantalón acampanado y melena, al parecer de prepa, escuchando Don´t let me down de Los Beatles; si, es verdad, me apantallaron re gacho. Creo que este fue mi primer contacto con el Cuarteto de Liverpool de quien todos saben, soy el fanático número uno.

En la foto tengo como nueve o diez años y estoy vestido así pues hubo unas tablas gimnásticas en mi primaria, la cual por cierto, era una escuela para varones, en tanto la escuela de las niñas se encontraba en un edificio contiguo, ubicado en la esquina. A lo mejor por la falta de contacto, y por la indecible necesidad de amor que tengo, me gustan tanto las mujeres. Jé.jé jé.

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