¡Cómo cambian los tiempos! En mi generación, las fiestas y
graduaciones eran muy distintas. Creo que se valoraba más la parte académica
que la festiva. A mí me parece un verdadero negocio cínico, eso de la educación
de ahora, sobre todo, la particular y, si eso garantizara un futuro laboral
prometedor, yo le entro.
Dentro la generación
graduada de Pablo, hubo una chica que obtuvo un promedio de ¡¡DIEZ!! En toda la
preparatoria. Sí ¡¡DIEZ!!
¡Guau! ¿De eso se trata la educación?, ¿De ser perfecto?
Creo que estuvo muy mal por parte de sus profesores otorgar ese número. Quiere
decir que la chica no tuvo adolescencia, que sólo vivió de libro en libro. Que ella es una máquina de conocimiento, pero nunca fue un ser humano perfectible.
Ni yo
recuerdo su nombre. Es triste llorar por un número y no por una relación
afectiva. Es raro que las amigas tengan fracasos y que una no. Es triste, por
decir lo menos. Y todavía es peor reconocer ese maldito mérito de un número, y
no premiar a la calidez humana. Es gacho, pero como dije, todo eso es un vil negocio.
Ese diez no garantiza la felicidad, aunque estimule la
competencia y mucho. Me parece que son los extremos que rayan en la soberbia, pues Dios
nos hizo imperfectos para luchar por y para la perfección. Pero si ya se tiene,
¿Para qué demonios se vive? Una persona que ha experimentado el fracaso creo
que es más humana y más susceptible de entender a sus semejantes.
A mí me daría vergüenza o miedo tener una hija así. Porque
cuando ella saque un nueve o un ocho fuera de la escuela, creo que no tendrá espíritu
ni fuerza para enfrentarlo.
Me parece una estupidez tener ese objetivo. Pero de todo hay
en esa Viña del Señor. Aplaudo mejor a unas lesbianas que vi fumando y besándose
en la misma fiesta de niños virtuosos (sic). Ellas son felices y son libres, y
sobre todo, son humanas.
De todos modos, felicidades Pablo. Ya vas por menos y te
admiro y te amo y mucho.