27 de junio de 2016

LA GRADUACIÓN DE PABLO, 2016



¡Cómo cambian los tiempos! En mi generación, las fiestas y graduaciones eran muy distintas. Creo que se valoraba más la parte académica que la festiva. A mí me parece un verdadero negocio cínico, eso de la educación de ahora, sobre todo, la particular y, si eso garantizara un futuro laboral prometedor, yo le entro.

 Dentro la generación graduada de Pablo, hubo una chica que obtuvo un promedio de ¡¡DIEZ!! En toda la preparatoria. Sí ¡¡DIEZ!!
¡Guau! ¿De eso se trata la educación?, ¿De ser perfecto? Creo que estuvo muy mal por parte de sus profesores otorgar ese número. Quiere decir que la chica no tuvo adolescencia, que sólo vivió de libro en libro. Que ella es una máquina de conocimiento, pero nunca fue un ser humano perfectible. 

Ni yo recuerdo su nombre. Es triste llorar por un número y no por una relación afectiva. Es raro que las amigas tengan fracasos y que una no. Es triste, por decir lo menos. Y todavía es peor reconocer ese maldito mérito de un número, y no premiar a la calidez humana. Es gacho, pero como dije, todo eso es un vil negocio.

Ese diez no garantiza la felicidad,  aunque estimule la competencia y mucho. Me parece que son los extremos que rayan en la soberbia, pues Dios nos hizo imperfectos para luchar por y para la perfección. Pero si ya se tiene, ¿Para qué demonios se vive? Una persona que ha experimentado el fracaso creo que es más humana y más susceptible de entender a sus semejantes.

A mí me daría vergüenza o miedo tener una hija así. Porque cuando ella saque un nueve o un ocho fuera de la escuela, creo que no tendrá espíritu ni fuerza para enfrentarlo.
Me parece una estupidez tener ese objetivo. Pero de todo hay en esa Viña del Señor. Aplaudo mejor a unas lesbianas que vi fumando y besándose en la misma fiesta de niños virtuosos (sic). Ellas son felices y son libres, y sobre todo, son humanas.
De todos modos, felicidades Pablo. Ya vas por menos y te admiro y te amo y mucho. 

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